Son palmeras arbustivas o arbóreas, dioicas, con el tronco cubierto por las bases de las hojas dispuestas espiralmente. Estas últimas son pinnadas, marcescentes con pecíolo generalmente corto, raquis alargado y foliolos simples, alineados o dispuestos en grupos, los basales transformados en espinas.
Las inflorescencias, péndulas, se sitúan por debajo de las hojas, las masculinas y femeninas similares. La espata es coriácea. Las flores, bracteadas, tienen 3 sépalos obtusos, soldados en la base y formando una cúpula; los pétalos, también en número de 3, son agudos o redondeados, de longitud mucho mayor que los sépalos. Hay 6 estambres y 6 estaminodios solo en las flores femeninas. El gineceo es tricarpelar con estigmas curvados hacia fuera.
El fruto es una baya (con aspecto de drupa) elipsoidal, con exocarpo liso, mesocarpo carnoso y endocarpo membranáceo. Las semillas son de forma elipsoidal, subcilíndrica o plano-convexa, rugosa, con un surco lateral y el epispermo es de consistencia pétrea mientras el endosperma es homogéneo (no ruminado).3
Las palmeras no son verdaderos árboles —en un sentido estrictamente botánico— sino plantas arborescentes, ya que carecen de auténtico crecimiento secundario en grosor. El tronco casi nunca se ramifica a media altura y está formado por grupos de tejidos fibrosos.
La palmera canaria es uno de los más bellos emblemas de las islas y, junto al drago, constituye el símbolo vegetal de Canarias más reconocido internacionalmente. Por su alto valor ornamental, la palmera canaria es posiblemente el mejor embajador botánico de las islas en el exterior, dado que ha viajado a jardines y bulevares de lugares tan dispares como Oslo o Niza (Europa), San Francisco o Nueva Orleáns (Estados Unidos) y Adelaida o Sydney (Australia).
De la llamada princesa del reino vegetal se ha aprovechado tradicionalmente todo. Ya los aborígenes canarios, según cuentan las crónicas de la época y los testimonios arqueológicos, emplearon estas fibras vegetales para la elaboración de trajes, sogas, mochilas, cestas, redes de pesca, embarcaciones y exvotos rituales, entre otros. En las crónicas locales de Antonio Sedeño se lee que «navegaban con vela de palma alrededor de la costa de la isla» y que «hacían vino, miel i vinagre de las palmas i esteras de sus ojas i petates para dormir».
Con los troncos, cuyo interior es fácil de vaciar, se preparaban colmenas para las abejas y recipientes para guardar sal. Las casas solariegas apoyaban su piso superior sobre traviesas de palmera canaria.
Las hojas, además de servir de forraje para el ganado o para elaborar estiércol, se utilizaban como escobas y como soporte de la techumbre de la vivienda campesina. Con las hojuelas todavía se realiza la ‛empleita’ o trenzado con el que posteriormente se elaboran esteras, ‘genas’ —especie de mochila tradicional grancanaria— y ‘sendajas’ para rodear y comprimir el queso. Las hojuelas también han sido empleadas para confeccionar sombreros y cestos.
Aun hoy, las hojas más vistosas continúan cortándose para adornar casas, pórticos de iglesia, carretas de romería y ventorrillos en las fiestas tradicionales. Las hojas m
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